Hace poco más de un año nos llegó un recibo de energía eléctrica por una cantidad infinitamente menor a lo habitual. Que una empresa como la CFE, que ha hecho del robo sistemático a los usuarios una pieza de elevadísimo nivel artístico, cobre menos es como presenciar el salto del primer tornillo en Chernóbil. Veloz cual reacción de AMLO contra Proceso, fui a las instalaciones de la empresa de clase mundial a solicitar información y sí, adivinaron, lleve pañal.
Me atendió una señora ya muy curtida en estos cuentos, que al escuchar las primeras notas de mi tango defendió el prestigio de la CFE como se debe: con un ataque feroz al cliente: “¿Puso usted lo que viene siendo un diablito en su casa?”, preguntó. Reconocí de inmediato a una veterana lectora de Kalimán y respondí con otra enseñanza del Hombre Increíble: “¿Insinúa usted que instalé una conexión fraudulenta para robar electricidad y luego vine a denunciarme?”. El público que presenciaba el episodio en la mini sala de espera se orinó de la risa. La inteligencia es mejor que la fuerza bruta, Solín.
Asimilado el revés, la secretaria se sumió en la pantalla de la computadora durante varios minutos y luego muy lentamente, como quien paladea un bocado de longaniza de a 16 mil pesos el kilo, emergió con un informe: sí, en efecto, las últimas lecturas indicaban una diferencia evidente con el consumo y el pago promedio de dos mil pesos, y el sistema no aportaba más datos, dijo. Firmó y selló las fotos del medidor y del recibo que presenté y explicó que por ser martes los técnicos andaban fuera de la ciudad, pero prometió que por la tarde, apenas regresaran, irán a revisar lo que viene siendo la conexión. Saliendo de ahí le comenté a Mily: hoy por la tarde, ajá; tal vez vayan mañana o hasta el jueves. Maldito optimismo: el técnico se presentó el viernes a las seis de la tarde.
Llegó, zafó el aparato y diagnosticó: el medidor no sirve. Volvió a ponerlo en su lugar y me enseñó que a pesar de estar debidamente conectado, los relojes permanecían estáticos como el PIB. ¿Qué procede?, pregunté. Cambiarlo. Fue a su camioneta y trajo uno magníficamente empaquetado y de la marca propiedad de Raúl Salinas de Gortari, que en aquellos tiempos siniestros de Peña Nieto era el proveedor de la CFE y que, gracias a la encarnizada lucha contra la corrupción de la CuatroTé, lo sigue siendo.
Medidor nuevo colocado. Nada. Medidor quitado y analizado minuciosamente, lo que en castellano significa dos golpecitos y una soplada en todos los orificios existentes. Nada. Una prueba rápida detectó que el bajo voltaje que llega a mi casa impedía su funcionamiento y por tanto era necesario revisar el cableado y la línea, pero eso llevaría mucho tiempo y es viernes, es tarde y ya me tengo que ir, dijo el técnico mientras reinsertaba el artefacto viejo e inservible. El lunes sin falta regreso. No lo he vuelto a ver.
Milagrosamente, desde ese día los recibos de luz mostraron una saludable mejoría y tornaron al promedio de dos mil pesos que históricamente hemos pagado. Ignoro cómo le hicieron los de la CFE y no quiero ni pensar en una lectura de escritorio, porque eso sería un acto de corrupción y esas practicas ya no existen desde que AMLO llegó al poder y nos pidió que no fuéramos “corructos” porque es malo.
No se agota ahí el prodigio. En el último bimestre los recibos registraron un alza bestial, el doble en la mayoría de los casos, y las quejas inundaron las redes sociales. La gente estaba en verdad fúrica contra la CFE. Yo observé el fenómeno a prudente distancia y con una sonrisa, a fin de cuentas estaba a salvo del atraco porque para cobrarme el doble tendría que haber un incremento demostrable en el consumo y eso era imposible, entre otras razones, porque mi medidor no mide ni consumos ni un carajo. Ah, la felicidad de sentirse privilegiado e intocable.
Pero no hay imposibles para los engendros de Bartlett: a pesar del medidor nini y sin beca del bienestar, la CFE también me encajó un aumento inflado con bomba neumática de cuatro mil y tantos pesos, despreciables ratas inmundas, y para acabarla de amolar, amadísimos lectores, cuando me entregaron el recibo yo no portaba pañal.
Besitos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.