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Retén próximo

Solicito, rezo, suplico que alguien sensato e informado me explique para qué sirven los retenes de policía que desde hace más de un año se instalaron a la salida (o entrada, según) de la ciudad de Campeche. Aclaro, por aquello de las suspicacias, que dicha información no será utilizada en actividades relacionadas con el narco, los secuestros o el transporte de alguna fotografía de Mario Luís, mi presidente municipal, que podría catalogarse como tráfico de material arqueológico.

Solicito, rezo, suplico que alguien sensato e informado me explique para qué sirven los retenes de policía que desde hace más de un año se instalaron a la salida (o entrada, según) de la ciudad de Campeche. Aclaro, por aquello de las suspicacias, que dicha información no será utilizada en actividades relacionadas con el narco, los secuestros o el transporte de alguna fotografía de Mario Luís, mi presidente municipal, que podría catalogarse como tráfico de material arqueológico.

En realidad, mi solicitud parte de la desesperación. Desde que en Campeche fue decretada la Nueva Grandeza, la vida se ha vuelto muy difícil. Los ensordecedores embotellamientos aéreos producidos por los cientos de aviones que arriban a diario, la irrespirable gelatina de smog, el gentío que se coagula en las banquetas, las luces de neón de la gran ciudad y el ritmo frenético de la vida nocturna, para la que se precisa la vitalidad sexual y el hígado de un súbdito de la Roma decadente, es fatigoso para cualquiera.

En busca de tranquilidad, cada fin de semana parto a Champotón, expedición que tiene la virtud de poner en orden mi desmadre existencial. Pero resulta que cuando estoy a punto de abandonar el mundo loco de motociclistas suicidas y automovilistas homicidas, cuando atrás, lejos, sólo se ven, pequeñitos, el chile xcatic y el queso de bola, mi cielo pagano se ensombrece porque tras los dos topes frente a Secud me espera una fila de carros más larga que un chiflido, que avanza a la velocidad de un trámite burocrático por culpa del retén de policía al que, hasta el día de hoy, no le encuentro sentido.

¿Qué fin persiguen? ¿Buscan armas, drogas, artículos de la canasta básica que en la era Calderón se han vuelto exclusivos de la plutocracia, minifaldas o condones, trajes de marinerito de esos que instigan a los sacerdotes a cometer pederastia, libros prohibidos, es decir, aquellos que no fueron escritos por Carlos Cuauhtémoc Sánchez o Miguel Ángel Cornejo; tenencias no pagadas, placas sospechosas (¿cómo serán?), calcomanías obscenas o del América, etcétera? Si es así, entonces mí no comprender el método que usan los Pfepos.

He pasado por ahí decenas de veces y en todas ellas he participado en el mismo ritual. Policía que mueve una banderita para señalarte que hagas alto. Haces alto. Policía pregunta: ¿Adónde se dirige? Uno contesta cualquier cosa, no importa. Yo he mencionado destinos descabellados como Beirut, Angola, Cracovia e inclusive he citado la ciudad sumeria de Ur, para lo que no se necesita un automóvil con placas y tenencia al día sino una máquina del tiempo; y los oficiales reaccionan siempre igual: repiten el nombre con ciertas alteraciones fonéticas: Beirut es Beirup, Cracovia es Crapovia, Pepsi es Pecsi; luego asienten varias veces con mucho aplomo, echan una mirada rápida al vehículo, por lo que supongo que están equipados con pupilentes de rayos X, y por último mueven banderita y dicen “Pase”. Para esto nos quitaron diez, quince o treinta minutos de vida.

En momentos de verdadera impotencia he pensado en poner al frente de mi vehículo un letrero que diga: “Champotón directo y los delincuentes están en el poder”. Pero no sé si los oficiales lean con la misma destreza con la que aprendieron geografía.

Lo curioso del caso es que quien se dedique al tráfico de lo que sea o no haya pagado su tenencia o lo que ustedes quieran, no tiene más que esperar una lluvia, la hora de la comida o el arribo de la noche para pasar sin perro que le ladre, porque cualquiera de esos eventos convierte el retén en el escenario de un mitin del Partido Socialdemócrata. Y si quiere meter a Campeche hasta al chino Ye Gon con toda la efedrina del mundo retacada en salva sea la parte, no hay problema: sólo encontrará, tras una barricada que parece retrete de baile de pueblo, a un triste soldado durmiendo la mona sobre su fusil. Pase usted.

Eso sí. En ciertas ocasiones he visto que los Pfepos, en cumplimiento cabal de su deber, detienen, rodean y amagan a los tripulantes de vehículos cuyo modelo es anterior al código de Hammurabi. Ignoro si los detienen por no cumplir con las leyes de tránsito o por conducir carcachas en tiempos en que con tres pesos y dos chicles puedes cubrir el enganche de un auto. Pero para eso siempre hay remedio: un amigo mío ha resuelto varias veces el problema con el pago de 50 pesitos. Así el asunto, vuelvo al punto de partida: solicito, rezo, suplico que alguien sensato e informado me explique para qué sirven los retenes de policía que desde hace más de un año se instalaron a la salida (o entrada, según) de la ciudad de Campeche.

Besitos.

Tantán.

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Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.

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